20 abril 2006

Sin Verguenza

Recuerdo hace algunos años, escuchar a mi abuela decir viejo “sin vergüenza”. Esta era la mayor ofensa, la peor sentencia del juicio practicado por la sociedad, ser un “sinvergüenza” era lo peor, de lo peor.
La vergüenza en este caso, no significaba sonrojar por hacer el ridículo, el sin vergüenza, como sentencia del juicio mas duro de la sociedad, se relacionaba a lo inescrupuloso, a lo fuera de la ley o muy cerca de estarlo.

Y el que efectivamente se encontraba fuera de a ley, ya no tenia perdón, simplemente era un delincuente.
En este contexto, la vergüenza oficiaba de limite, separaba lo bueno de lo malo, mantenía a raya a los picaros y ventajeros.

Claro, que con la llegada del capitalismo, los valores pasaron a ser, solo monetarios. Hoy no tener vergüenza es una nimiedad.

Al amparo del poder que da la riqueza, algunos (cada ves mas) perdieron la vergüenza y transgredieron la ley. Tanto que el perjuicio hacia sus pares, sus hermanos, sus vecinos, sus parientes, no tiene parangón.
Han mutilando, en lo mas profundo, al ser humano. Así lo hambrean, lo desvalorizan, lo quebrantan en su voluntad, lo desmoralizan, le refriegan la injusticia en la jeta.

Así, sin vergüenza, sin escrúpulos, sin ley, sin humanidad y en nombre del capital que supimos conseguir, volvieron a delinquir contra los obreros de Nueva Mente.

Ayer miércoles realizaron su marcha del Miércoles. Mientras caminábamos bajo un cielo amenazante y con un viento fresco de lluvia cercana, entre cuetes y palmas que daban el marco de quienes quieren ser escuchados, se acercaron algunos y me comentaron tener esperanza, la esperanza de que hoy Jueves, en el dialogo acordado con la patronal le ofrecieran lo justo, lo bueno, lo de ellos.

Lamentablemente, lejos de traer soluciones, trajeron un puñado de documentos listos para firmar, preparados de ante mano, para ser aceptados sin enmiendas.
Sin que siquiera tuvieran a mano un abogado, sin que el ministerio de trabajo mandara un representante, o el sindicato estuviera presente, obligados por el pan que apura las decisiones, muchos trabajadores estamparon su acuerdo.
Un sin numero de condiciones que evaden toda ética, y toda ley, que echan por tierra años de luchas y de mejoras logradas, pisoteadas en minutos.

Condenados a recibir sin derecho a reclamo, apenas un pequeño porcentaje de lo que se les adeuda y quedando literalmente desvinculados de la empresa, es decir, en el mismo acto, mediante un único documento, perdieron derecho a reclamo y pusieron engañosamente en manos del patrón, la renuncia a los puestos de trabajo.
Es perverso acordar cuando el hambre llama, cuando la presión de la necesidad obliga, es perverso señalar con el dedo a quien se lo acorrala indefenso, y se lo trata de revolucionario, reaccionario o kilombero (para adecuarlo al idioma argentino).

La verdad, ya sin marcha, sin derechos, sin apoyo, y ante los ojos cerrados de tanto politicucho avieso, sentí que todo era un grito en la nada, un grito que me devuelve como eco, la palabra esclavitud.
Nunca tuve tantas ganas de gritar “hijos de puta” pero como decía mi abuela, mejor llamemos a las cosas por su nombre, SIN VERGÜENZAS DELINCUENTES.