09 mayo 2006

REBAUTIZAR AMERICA



Mas allá de las identidades, tradiciones, culturas, que definen sus actuales republicas o regiones, nuestra América se levanta como una unidad superior (tal vez la mayor coherencia en el mundo) con fuertes raíces y valores comunes que la potencian como entidad mas que la dividen.
El problema ha sido que nos han querido robar nuestra identidad, para que el sueño de la Patria Grande, de la Confederación de Republicas Mestizas como quería Bolívar y tantos otros patriotas, nunca se hiciera realidad. Para ello obraron, desde el comienzo de nuestra guerra por la primera independencia, las diplomacias y fuerzas militares de Inglaterra y EE.UU., así como los “espíritus de localías” (entiéndase las oligarquías nacientes en cada joven Republica que se iba independizando) que bien denunciaba Bernardo Monteagudo en su “ensayo sobre la necesidad de una Federación General entre los Estados hispanoamericanos y plan de su organización” -1823-
“…En este continente se habla prácticamente una lengua, salvo el caso excepcional del Brasil…” “…Hay una identidad tan grande entre las clases de estos países que logran una identificación de tipo internacional americano, mucho mas completa que otros continentes”. Esto nos señalaba el Che en su famoso Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, allá por 1967. Podemos citar también a Elena Poniatoswska para abundar en esto; escribe en un ensayo titulado Memoria e Identidad: “Fueron los conquistadores los que nos dieron nuestra actual identidad latinoamericana al imponer su lenguaje, su idea del núcleo familiar, su catolicismo, su machismo (no tenemos noticia del machismo indígena)…
“Por la palabra se ha unificado a América latina desde el Río Bravo hasta Tierra del Fuego, por la palabra guardamos memoria, y la palabra ha sido instrumento de lucha, la palabra nos ha hecho reír, y la palabra se ha levantado en contra del silencio y en contra del sufrimiento”
Pero volviendo al Che y su discurso citado: “Lenguas, costumbres, religión, amo común, los unen. El grado y formas de explotación son similares en sus efectos para explotadores y explotados de una buena parte de países de nuestra América. Y la rebelión esta madurando aceleradamente en ella”.
Ciertamente no es nueva la descripción desarrollada por el Che: un siglo antes, mas precisamente en 1864, el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Álvaro Covarrubias, en una nota dirigida al embajador de España, a propósito de la crisis hispano-peruana por las cuestión de las islas Chinchas, escribía:
“Las Republicas americanas de origen español forman en la gran comunidad de las naciones, un grupo de Estados Unidos entre si por vínculos estrechos y peculiares. Una misma lengua, una misma raza, formas de gobiernos idénticas, creencia religiosas y costumbres uniformes, multiplicados intereses análogos, condiciones geográficas especiales, esfuerzos comunes para conquistar una existencia nacional e independiente: tales son los principales rasgos que distinguen a la familia hispanoamericana. Cada uno de los miembros de que esta se compone ve mas o menos vinculado su prospera marcha, su seguridad e independencia a la suerte de los demás”. En este escenario es que el Che veía madurar la rebelión, y se preguntaba al respecto: “¿Cómo fructificara?, ¿de que tipo será?. Hemos sostenido desde hace tiempo que, dadas sus características similares, la lucha en América adquirirá, en su momento, dimensiones continentales.” El Che veía el escenario continental para la concreción de la segunda y definitiva independencia. La globalización de esta aldea común en que se ha transformado el mundo, nos lleva a pensar en la justeza de esta afirmación, con la cual adquiere nuevo vigor en estos comienzos del siglo XXI, el renovado objetivo de la Patria Grande.
Pero cuando hablamos de “Patria Grande”, ¿a quienes estamos incluyendo?, ¿Cuál es nuestra identidad?.
El escamoteo de nuestra identidad comienza por nuestro propio nombre; quienes somos y como nos llamamos, es la cuestión.
Queremos hablar de “Nuestra América” y no de “América latina” o cualquier otra formulación incorrecta, asumiendo la definición de José Martí de su ensayo de 1891. El termino “América latina” es impropio y erróneo; se lo comenzó a usar durante la segunda mitad del siglo XIX desde los centros de poder económico y colonialista de Europa, para definir al territorio que comprende las 18 naciones de habla castellana en nuestro continente, por necesidades surgidas de sus demandas de dominación, de los negocios de exportación e importación y de las de proyectos de neocolonialismos tardíos.
Pero el termino “América latina” termina por difundirse e imponerse, tomado principalmente por los norteamericanos, a quienes les viene bien la definición para que nadie nos confunda con ellos, y por los intelectuales nuestros con vocación de colonizados, hasta que termina siendo generalmente aceptado.
Pero además de que estamos sin bautizar, como señala Fidel, el nombre que teníamos se lo apropio el gigante de botas de siete leguas del norte. Tenemos que lidiar con los anglosajones del norte que se arrogaron la paternidad del nombre y se hacen llamar “americanos”, con un resultado asombroso, ya que la mayoría del mundo los acepta llamar así. Son ciudadanos de un país sin nombre: Estados Unidos de América es una razón institucional, una forma de organizar estados, pero nunca un nombre propio; si el destino nos llevara, a los que vivimos en lo que hoy se define como América latina, por el camino que conduce a la integración, y esta adquiriera una síntesis institucional, también podríamos llamarnos Estados Unidos de América, sin faltar a la verdad o a una razón de sentido común. Habría que plantearle a las Naciones Unidas (aunque fuese solamente por un ejercicio de ironía) que le exija a nuestros vecinos del norte, que se inventen un nombre propio, si es que no quieren (como supongo) utilizar algún nombre de los que utilizaban los originarios de allí para llamar a su territorio.
La definición “Nuestra América” es la mas apropiada para abarcar y delimitar el espacio y la identidad que nos pertenecen a los que hasta ahora nos llaman y nos llamamos latinoamericanos y caribeños.
El psiquiatra y escritor Guillermo Cohen De Govia propuso en un taller, en el marco del III Congreso Anfictiónico Bolivariano desarrollado en la Universidad de Panamá en noviembre de 1999, la utilización del termino “NUESTROAMERICANOS” para definirnos a nosotros mismos.
En la línea de Alejo Carpentier, que en su famoso discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, el 15 de mayo de 1975, que nos aconsejaba: “la historia de Nuestra América ha de ser estudiada como una gran unidad, como la de un conjunto de células inseparables unas de otras, para acabar de entender realmente lo que somos, quienes somos, y que papel es el que habremos de desempeñar en la realidad que nos circunda y da un sentido a nuestros destinos”. Entender realmente lo que somos, quienes somos, nos dice Carpentier, para darle un sentido a nuestro destino; y ese destino no es otro que el de resignificarnos en nuestra verdadera identidad para lograr la liberación definitiva. Aprehender nuestra verdadera historia (hasta ahora la de los vencidos, la que yace en los subterfugios de la memoria colectiva y de las promesas comprometidas), pero no “con el fetichismo (como nos decía Julio Antonio Mella) de quien gusta adorar el pasado estérilmente, sino de quien sabe apreciar los hechos históricos y su importancia para el porvenir, es decir, para hoy”.
Sin fetichismos pues, para no confundirnos, proclamemos nuestro rebautismo. Sin adjetivos ni aditamentos que nos avergüencen con nuestra historia. No es la “América Hispánica” la nuestra, porque ni somos de España, ni descendientes en su totalidad de aquellos peninsulares. No es tampoco la “Amerindia” (desterremos el error histórico de Colon que nos ligaba con los asiáticos), porque si de los naturales de aquí se trata, tendría que ser “Amerpueblosoriginarios”, y así y todo quedamos los blancos y negros afuera.